Un rey guerrero siempre entraba en una ciudad montado a caballo; un rey en misión de paz y de amistad
siempre entraba montado en un asno. Jesús no quería entrar en Jerusalén a lomos de un caballo, pero estaba
dispuesto a entrar pacíficamente y con buena voluntad, subido en un burro, como el Hijo del Hombre.